Andrés Pastrana, sumido en el miedo y la cobardía, se encuentra ahora en una encrucijada que él mismo ha creado.
Hace apenas unas semanas, Pastrana irresponsable lanzó acusaciones infundadas contra el gobierno del presidente Petro, afirmando sin evidencia alguna que existían vínculos con el narcotráfico.
Sus palabras, basadas únicamente en mentiras, revelaron la naturaleza temeraria de alguien que pensaba que podía difamar sin enfrentar consecuencias.
Ante la gravedad de sus acusaciones, el presidente Petro decidió poner fin a la impunidad de Pastrana y presentó una denuncia por injuria y calumnia.
Ahora, acorralado por la ley y enfrentando la posibilidad de un juicio, el antes audaz difamador se encuentra en un estado de angustia, enviando cartas desesperadas al peor fiscal general de la historia de Colombia, Barbosa.
Pastrana, quien solía creer que podía esparcir sus mentiras impunemente, ahora llora ante la perspectiva de tener que rendir cuentas ante un tribunal.
El presidente Petro ha puesto un alto a sus difamaciones y, con valentía, ha exigido que presente pruebas de sus acusaciones.
En lugar de enfrentar la situación con la entereza que presumía al difamar, Pastrana ahora busca refugio en excusas y envía súplicas al fiscal general.
Es claro que Pastrana no está expresando simplemente una opinión; está difamando con mentiras flagrantes.
Ahora, que se ve obligado a respaldar sus palabras en un juicio con la presencia de un juez, llora por la falta de pruebas.
Acostumbrado a la mentira, se enfrenta al desafío de demostrar la veracidad de sus señalamientos al presidente Petro.
En lugar de asumir la responsabilidad de sus actos, busca evadir las consecuencias de sus propias mentiras.
Es hora de que Pastrana confronte las repercusiones de sus acciones y aprenda que la difamación infundada no quedará impune.
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